Karl Marx, al inicio de El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, nos decía que la realidad se repite dos veces, primero en forma de tragedia y luego en forma de farsa. Los cambios en la historia y la falta de reconocimiento por parte de los actores, transforman las prácticas llenas de vitalidad en rituales vacíos y lenguaje muerto. Las esperanzas, los grandes sueños al alcance de la mano, los paraísos soñados acaban transformándose en paisajes deslucidos, falsa ilusión, silencios incomodos o incluso la risa. ¿La tragedia va antes que la farsa o ambas cabalgan juntas llevadas de la mano de la épica de los mitos?
En los últimos años muchos catalanes han tenido la suerte de vivir grandes sueños, como nunca más los volverán a vivir. Empezamos a vivirlos con la figura de Artur Mas en el cartel de la campaña electoral para las elecciones autonómicas de noviembre de 2012, al recordarnos a Moisés conduciendo al pueblo de Israel a través del desierto. Durante el “procés” muchos han tenido la ocasión de sentirse parte de un todo que nos trasciende y da vigor a nuestros desencantos. Vimos grandes coreografías de gente que sin conocerse se daba la mano en una larga cola que atravesaba Cataluña de norte a sur; las vimos en forma de V victoriosa fotografiada desde el cielo. La épica parecía pedir: ¡Por favor, no nos despierten y déjennos soñar la felicidad! En solo 18 meses de ruta vamos allá, viento en popa y sin costes de navegación.
A pesar de nuestros sueños, la realidad en forma de tragedia o de farsa nos golpea una y otra vez. Durante los últimos años, Cataluña ha sido gobernada por una minoría antisistema, que teóricamente facilita la gobernabilidad, y por lobbies políticos que aparte de recibir ingentes cantidades de dinero para desarrollar su actividad, dictan sus políticas, solo encaminadas a conseguir la independencia de Cataluña. El gobierno catalán hace tiempo que dejó de gobernar y actúa para satisfacer a estos grupos en la sombra.
El 26 de agosto, tendría que haberse celebrado una manifestación de condena del atentado terrorista perpetrado el día 17 en Barcelona y Cambrils, de solidaridad con las víctimas de la tragedia: 16 muertos y más de un centenar de heridos. Vino gente de toda España a solidarizarse con nosotros. En vez de hacer su trabajo, las instituciones catalanas dejaron en manos de las asociaciones independentistas los servicios de vigilancia y orden. Ignorando la consternación general, el dolor provocado por el brutal atentado, a los asesinados y el homenaje que merecían, y menospreciando las muestras de solidaridad por parte de todos los españoles, el independentismo convirtió la manifestación en una encerrona para los que se lo habían creído y en una manifestación en apoyo de la independencia de Cataluña. Tuvimos que ver a gente de Bildu paseándose en la cabecera de la manifestación con carteles alusivos a la venta de armas, como si ellos fueran pacifistas. No sé si ese día vivimos una tragedia o despertamos en la farsa, pero nuestro sentido de la solidaridad humana más elemental quedó malherido y la revolución de las sonrisas nos mostró su mueca macabra.
Se nos promete construir una república bajo los augurios de un pluralismo mutilado. Aunque más de la mitad de los catalanes no desean la independencia hablan de mandato ciudadano y con una minoría simple deciden cosas trascendentales para el futuro de este país. Los días 6 y 7 de setiembre llegaron del Parlamento catalán imágenes preocupantes, se ignoraron las advertencias de los letrados y se eludió el debate parlamentario para aprobar una ley de transitoriedad en la que no hay división de poderes y donde el presidente tiene impunidad jurídica. Fue la imagen misma de un pueblo troceado por la mitad, por una mitad pisoteado. El Parlamento desde entonces, ha permanecido inactivo y al socaire de los deseos de los grupos independentistas, pero se les desmoronó la imagen que nos prometían de un país nuevo más democrático y ahí empezó a romperse el silencio de la otra mitad de catalanes, hasta ahora silenciada.
El día 1-O familias, con abuelos y niños pequeños, fueron alentadas por las asociaciones independentistas a permanecer quietas ante la guardia civil y la policía nacional, para impedir el desalojo de centros donde se quería votar en un referéndum ilegal, ante la pasividad de los Mossos. Nos dijeron que había 900 heridos, entre los cuáles contaron personas que tuvieron ataques de ansiedad al ver las imágenes desde su domicilio, visualizamos escenas terribles, nos vendieron la historia de policías buenos y malos y posteriormente nos enteramos que solo hubo dos ingresados y que muchas escenas que nos enseñaron correspondían a situaciones anteriores, protagonizadas por los Mossos. Siguen sin gustarnos las escenas que vimos, pero la exageración ha sido de tal calibre que no sabemos si indignarnos por las cargas policiales o por las mentiras que las acompañaron.
De proletarios del mundo uníos, hemos pasado a que desde el gobierno se convocan huelgas políticas para pedir la separación de un territorio, que perjudica la economía de ese territorio. El día 3-O la tuvimos: una huelga inusitada, dónde los convocantes eran el gobierno y asociaciones pro-independentistas. La administración animaba a ir con el día pagado, los sindicatos asistieron después de pensárselo dos veces, las escuelas con menores fueron alentadas a cerrar por la misma “Conselleria d’Ensenyament”, las universidades dieron fiesta a los alumnos, las tiendas fueron obligadas a cerrar por los piquetes, pero la mayor parte de la industria trabajó con normalidad. Los bares abiertos en los paseos, permitieron a los integrantes de los piquetes tomarse unas cañas para descansar de tan ajetreado día. Nuestras carreteras estuvieron cortadas todo el día y no vimos a ningún “mosso” dispuesto a impedirlo. El paro estaba preparado de antemano, pero sobre la marcha nos dijeron que la convocatoria era para protestar por las cargas policiales y fuimos felices a ritualizarlo.
Y salieron a la calle los silenciosos: cacerolada para Puigdemont el día 5, manifestación el día 7 de octubre en los ayuntamientos pidiendo diálogo y el día 8 en las calles, pidiendo una España unida dentro de Europa. El jueves día 12 volvieron a salir y pudimos ver en Barcelona algo inédito, empresarios manifestándose en las calles: “Empresaris de Catalunya”, que agrupa a casi 500 empresas fue una de las entidades convocantes de la marcha que recorrió el centro de la ciudad para defender la unidad de España.
El punto de inflexión más relevante fue la imagen que nos ha quedado a todos de los rostros ilusionados de los independentistas que fueron al parque de la Ciudadela el día 10 de octubre para escuchar la proclamación de la República Catalana por parte de Puigdemont y en 8 segundos asistieron a su declaración y a su suspensión, es decir algo a que se ha llamado una declaración en diferido. La alegría se trocó en tragedia para muchos, farsa para otros y alivio para la mayoría. En sí una falta de respeto a todos los ciudadanos.
Setecientas empresas se han marchado de Cataluña en sólo 15 días en un éxodo que se nos hace interminable. Hoy se llevan la sede social y fiscal, pero con ellas se van siglos de tejido productivo catalán, se va nuestro prestigio y mucha historia de buen hacer, referencias empresariales que por prudencia callaron. Con ellas se irán las consultorías que les dan servicios, inversiones en el futuro, puestos de trabajo, la creación de riqueza. Con su huida, ahuyentan a empresas que podrían estar pensando radicarse en Cataluña. En sólo 15 días Cataluña ha perdido 7.000 millones de PIB, ha bajado el consumo, está en riesgo el turismo y muchas ferias internacionales.
La épica desaparece como el humo en campo abierto y Junqueras, nuestro inefable Vicepresidente económico de la región más rica de España, aparte de decirnos que no es verdad que se marchen, ya no sabe que más decir. Puigdemont alarga la situación sin clarificarla, porque antes de empezar ya no sabe qué hacer, ante tanto desatino del que es corresponsable. Artur Mas, el impulsor del procés vuelve a la escena para decir que donde dije digo, digo Diego y aconsejar a su sucesor poner el freno, con ese porte tan seguro de sí mismo para decir igual una cosa que exactamente su contraria.
Épica, farsa y tragedia final. Yo no me voy a manifestar para defenderlos ni daré un euro por sus fianzas judiciales, porque han destrozado nuestras instituciones, han jugado con los sentimientos, puesto en peligro nuestra convivencia, nuestros puestos de trabajo, nuestros ahorros, nuestras pensiones, nuestras empresas y la recuperación económica. Más bien, va siendo hora de que todos ellos nos rindan cuentas en un sano ejercicio de vuelta a la realidad.