(Por Mireia Esteva)

El Ayuntamiento de Barcelona denunció que la madrugada del domingo 11 de octubre, se había encontrado el monumento a la sardana, con brazos y piernas mutilados. Este monumento, encargado por el Ayuntamiento en 1965, en época de Porcioles, se encuentra en Montjuic, en un camino que sube al castillo y se compone de 8 figuras que bailan este baile típico catalán. Desgraciadamente, no es la primera vez que esta escultura es blanco de vandalismos. Ya sufrió el 2014 mutilaciones en cuatro de las figuras y en 2002 uno de los danzantes desapareció.

Este tipo de actos no pueden tener cabida en una sociedad abierta y plural y siempre deben ser condenados sin ningún género de dudas. En este caso, además, se hace difícil entender los motivos o razones que hayan podido mover a quien ha hecho tamaña insensatez. Nada, ni por lo que representa la escultura, ni tampoco por su autor, Josep Cañas, oriundo de Banyeres del Penedès (Tarragona), al que tuve la suerte de conocer cuando era pequeña.

Josep Cañas estudió en la Escuela de Artes y Oficios de Vilanova y la Geltrú, donde conoció al que sería su maestro, el prestigioso pintor Joaquim Mir. En 1935 viajó a Londres y Paris, con una beca de la Generalidad de Cataluña. Durante la guerra civil se afilió a la UGT y luchó en el bando republicano, en el frente del Ebro, donde quiso ejemplificar, con sus dibujos, la derrota y el sufrimiento humano de la contienda. Una vez acabada la guerra, trabajó con el pintor Ignacio Zuloaga, época en la que obtuvo varios premios.

En 1947 se fue a México, en dónde hasta 1951 viajó por el país, dibujando y esculpiendo a los indígenas, a los que podemos ver trascendentes, con sus miradas profundas y sus trajes típicos. Visitaba a menudo el Museo de Antropología de la ciudad de México, donde conoció a mi padre, entonces estudiante de antropología. Allí, muchos domingos, venía a comer a casa y a mí ya mis hermanos nos dedicaba dibujos en una libreta de apuntes y bocetos de dibujos, que siempre llevaba encima. Algunos de estos dibujos han sobrevivido al paso de los años y aún los guardo.

En 1986 obtuvo la cruz de Sant Jordi de la Generalidad de Cataluña y al año siguiente fue nombrado hijo ilustre de su población natal. Hay obras suyas en los museos de arte contemporáneo de Barcelona, Bilbao y Madrid.

Cañas era hijo de campesinos y bastante autodidacta, quizás por esto siempre se distinguió por pintar y esculpir motivos campesinos y de la cultura popular. Por eso supongo que le hicieron varios encargos en este sentido: la estatua de los castellers de Vilafranca del Penedés, la sardana de Montjuic en Barcelona, la de Carmen Amaya en los jardines de Joan Brossa de Barcelona, o la de Fray Junípero Serra en California. Sus motivos se mueven entre la gente sencilla, motivos campesinos o los indígenas mexicanos. Todas sus obras transmiten sencillez y fuerza a la vez. En las pinturas, el pincel de trazo limpio y seguro, nos destaca lo más importante; en la escultura, los bloques de granito, redondeados sin excesivos detalles, nos transmiten la fuerza del conjunto. Es como si Cañas quisiera expresar, sin palabras, que en la sencillez de los más débiles, está la fortaleza de la dignidad.

Cañas, alguien se ha fijado en tu obra con odio y afán de destrucción, pero no ha visto lo más esencial: tu constancia en hacernos dirigir la mirada hacia los más débiles, hacia los que trabajan la tierra o luchan por un trozo de pan. En esta escultura salvajemente vandalizada, no hay nada más que sencillos campesinos, hombres y mujeres tratados por igual, que vestidos con sus trajes tradicionales, bailan cogidos de las manos.